viernes, 23 de julio de 2010

Mar de marionetas.


[Este cuento va dedicado a una gran amiga. No se pretende excluir a nadie, pero sólo los entendidos podrán reconocer los detalles. Si ud no es un entendido, disfrute de los placeres de volar.]

Las extrañas vivencias de la familia Pequeña tenían lugar cada día del año en el sur de la ciudad. Normalmente raros transcurrían sus días de noche a mañana, de tarde a amaneceres de macetas y paredes.
Esta familia de Marionetas se caracterizaba no por no tener hilos que los manejen, sino que sus manejes estaban mezclados de hilos. Los hilos blancos ataban los problemas, los hilos rojos enredaban amores, los verdes crecían de vida y los amarillos abrían puertas a los bosques.

Nada sucedía normal en este lugar. Sólo se podía entrar desde atrás, el perro era un chihuahua gigante, siempre había ranas sin vida por doquier y la madre era una niña.

Tan poco convencional era esta familia y sus hilos estaban tan mezclados, que el día que tuvieron un problema, estuvieron felices. Festejaban si Argentina perdía y lloraban lágrimas de madera cuando los pollos florecían.

Siempre tan felices que hasta a veces se aburrían, inventaban historias y después hacían de cuenta que las vivían. Iban en tren de la cocina al baño y del baño al bar de la pared a tomar vino en copas del tamaño de un dedo meñique. Por las noches iban al espacio en una linterna, le daban una vuelta al sol, paraban en plutón para ver las estrellas de una canción y terminaban bailando una extraña clase de amor junta a un velador.
Pero un día el tren no pasó, la linterna se apagó y la bombita del velador se quemó.

Los hilos de los Marionetas se habían cortado con un tijeretazo de realidad, perdieron colores y caminos.
Pronto se sintieron perdidos y decidieron observar a las personas Normales, para poder seguir con sus vidas.
Pero se dieron cuenta que se aburrían demasiado siguiendo a los demás en su Normalidad, todo iba de negro a blanco y los grises parecían eternos.

Decidieron intentar no hacer nada, quedarse como cactus mirando al sol. El ocio pronto se volvió en depresión. Los hilos que quedaban comenzaron a enredarlos a ellos mismos, los brazos se ataban con los pies y los tobillos se chocaban con las mejillas.

Pero un día Mario Marioneta, quien poseía un corazón muy Grande a pesar de ser de Madera, le dijo a su familia que tenían que no necesitaban controlar esos hilos y que deberían sentirse libres de la magia que los obligaba a ser extraños y enredados para liberarse de seguir a los Normales.
De a pocos movimientos fueron encajando en la realidad que los rodeaba sin dejar de ser normalmente raros, ahora iban todas las lunas de la noche a tomar capuchino con mate cocido y con cada amanecer nacía un nuevo hilo de alguna madera extremidad y hacia el sol iba.

Eran los Normales más mágicamente raros de la Ciudad Rosa.

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